Mendigando un poco de atención en alguna red social, hubo alguien que me leyó y le gustó. Comenzó a contestar cada idiotez escrita por estas manos que se han de comer los gusanos -o quemar en la hoguera, lo que suceda primero- y a hacer reír a estos labios, según él, provocativos al extremo.
De este lado del charco, comencé a leer sus filosofías, un poco básicas, pero ciertas en su totalidad, y me atrajo su forma de describir las situaciones reales de la vida cotidiana de los hombres, obviamente. No niego que hubo ciertos detalles que me intrigaron, como el hecho de pasar fin de año bebiendo Moët y Chandon (mi ignorancia en el tema me llevó a investigar y descubrí que es una marca de champán francés, creo que después de eso me intrigó más), sus gustos exquisitos, sus viajes de trabajo y un montón de cosas que no sé de él, pero que me gustaría saber.
Mensajes van y vienen y, entre ellos, halagos por varias fotos publicadas. Yo, en mi intento por concentrarme en algo más importante, evitando la ansiedad de la espera, inicio conversaciones banales con todo el que entra en mi casa, reviso facebook, twitter, adelanto "trabajo acumulado" y... llegó. Un mensaje de esos que te erizan la piel entera, de esos que hubieses preferido leer en privado, de los que te hacen sentir más mujer que todas.
¿Pena? La pena la dejé engavetada. Necesito que sepa lo que sentí y no podía describirlo en un direct message por obvias razones. Sentí que me hacían el amor. Simple y sencillo. Me sentí deseada, extremadamente deseada, pero no de forma sádica/morbosa o como lo quieran llamar, no. Fue un deseo de esos que quieres que sientan por ti, de ese que te dan ganas de saciar, un deseo "lindo".
Luego de leerlo, dudé. Le respondí cualquier idiotez, pero fui sincera. Y volvió a sorprenderme: sabe cómo conquistar a una mujer, no tengo duda de eso. Y yo, que he aprendido de la vida, o eso creo, que pocos -por no decir ningún- hombres me deslumbran, debo admitir que Ralf Hart me dejó anonadada. Me derritieron sus palabras, me erizó la piel, un frío riquísimo me recorrió el cuerpo y logró, sin saberlo y sin proponérselo, lo que pocos logran en muchos intentos: un orgasmo.
Conozco mi cuerpo, conozco mis límites. Ralf Hart me hizo sentir un orgasmo con un mensaje. ¿Quién es Ralf Hart? Se preguntarán. La respuesta más sencilla la consiguen leyendo la síntesis de Once Minutos de Paulo Coelho. En definición de "mi" Ralf, es el príncipe azul que cualquier mujer desea. Para mi, Ralf Hart es él. Y, sin pecar de falsa modestia, sin pecar de muchas otras cosas, él es mi Ralf...
¿Cómo lo sé? No lo sé. Pero me lo imagino así, hombre de negocios, viajero, solitario pero no solo, con un sinfín de mujeres hermosas a su alrededor, satisfaciendo todos sus placeres, elegante, interesante, con un olor particularmente atrayente, de manos fuertes, desinteresado en muchos aspectos que los hombres creen que a todas las mujeres nos interesa: el matrimonio y la familia, por ejemplo. No creo que no quiera una, pero no por ahora. En fin: Ralf Hart, un hombre, EL HOMBRE. Ese que cualquier mujer desearía en su vida para siempre. Y hoy descubrí que ese desconocido es mi Ralf Hart y, aunque quizás no se quede para siempre, lo disfrutaré mientras permanezca y quiero que me envidien por eso.
El 2011 empezó con buen pie, y si así llueve, que no escampe.
Decretado, firmado y sellado. ¡Salud!
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